Siento que ha pasado una eternidad desde la última cartita, pero es que… Madrid, pero es que… el Master, pero es que… beca de Google, pero es que… casi empieza el veranito y con su llegada se viene el aumento inusitado, colosal, exorbitante, enorme y tremendo, de la cantidad de señoras extranjeras y españolas que vienen a la tienda en la que trabajo y compran que compran bikinis.
Nos saludamos como amigas de toda la vida. Ay amiga que como estás, que ya me quedo por aquí hasta septiembre, que voy y vengo de Madric cada quince días, que quiero el mismo bikini pero de otro color, que dejé la braga en casa, que no sé por qué dejo las bragas en todos lados, que no sé mi talla, que a ver si puedes mirar la etiqueta mientras me levanto el sujetador.
Mis días se resumen en: gimnasio, trabajo, cocinar, lavar los platos obviously, medio leer, medio escribir, medio leer con mi hijo, abrazar muchísimo -a él y a mi hermana- y caer como un cadaver a las 10:30 de la noche.
No me ha dado tiempo ni de ponerme triste. Hoy le dije a mi hermana que sentía el pecho amplio y grande, que sentía una felicidad gigante como un escudo de plata sobre el corazón. Yo qué sé, tonterías mías.
Es como cuando tenemos esa rara sensación en todo el cuerpo de que algo malo pasará, pero al revés, siento que algo bueno, muy bueno pasará. Si a eso le sumo que la temperatura crucero desde ayer ha sido de 25 graditos, pues ya no tengo más nada que pedirle a la vida.
Después de una semana sin aparecer no me apetece dividir la cartita por días. Les haré un resumen de lo último que me ha pasado desde que me fui a Madrid a la presentación de Gustavo Yuste y recité tres de mis poemitas con el corazón en la boca de los nervios, una tembladera extrañísima, ganas de llorar, de morir y de vomitar, a la vez. Me dijeron que no lucía nerviosa en los vídeos, aunque por dentro me estaba desmoronando.
Cuestión de práctica, tal vez, debo continuar haciéndolo hasta que salga natural. Lo importante es que lo logramos amigos, me puse de pie, leí los tres poemas desde mi teléfono, porque dejé olvidada mi libreta con la maleta entera en casa. Ya les cuento.
Había ensayado en el espejo las palabras que diría en la introducción de cada uno de los poemas, una historia corta sobre mis sentimientos antes de escribirlos, pero nada de eso sucedió, leí rápido como queriendo largarme lo más pronto posible y todo salió bien. Recuerdo mucho a Mel Robbins que cuenta en sus pódcast que cuando empezó como conferencista hace más de una década, sufría de un sarpullido en el cuello y en el cuerpo, moría de los nervios y de la ansiedad, pero aun así se levantaba y hablaba, hasta que le empezó a salir natural, como respirar.
La historia
Me desperté el sábado pasado muy temprano. Cinco de la mañana exactamente. En mi cabeza, desde la noche anterior, había organizado el flujograma con las actividades a realizar como me enseñaron en la universidad. Despertar, ducharme, vestirme, maquillarme, plancharme el pelo, desayunar, tomar la maleta, meterla en mi carro e irme a la estación. Nada podía salir mal. Sonó la alarma a la hora indicada y cinco minutos después mi hijo se despertó, empezó a contarme sobre sus juegos y sus clanes, armaduras y fuertes mientras yo, en el baño, intentaba plancharme el cabello. Diez minutos más tarde me pidió que le preparara desayuno, ahí en ese momento mi cabeza sufrió un corto circuito y pensó que era un día normal de colegio, de esos en los que yo despierto, luego él despierta, desayunamos juntos y me voy corriendo al gimnasio. En fin, que salí de casa y cuando estaba a punto de subir al BlaBlaCar recordé que la maleta no me acompañaba, ni mi libreta, ni los libros que quería que me firmaran, ni la ropa que mi hermana me había organizado para cada día, nada. Sentí que todos mis órganos cayeron al suelo, me sentí vacía y a la vez me llené de fuerza y dije: A la verga todo. Durante la hora y media de viaje me repetí la palabra idiota cientos de veces, al recordaba alguna de las cosas que había olvidado y debía comprar al llegar a Madrid: corrector de ojeras, jabón para el rostro, desodorante, máscara de pestañas, polvo compacto, ropa interior, crema hidratante, tampones, etc., etc. El chico que conducía me miraba sorprendido cada vez que yo soltaba un lamento con un golpecito en la cabeza: Qué idiota soy, dejé el libro que Zambra me iba a firmar. No lo puedo creer. Qué idiota soy no tengo ni perfume. Ashhh.
Fue un viaje bastante pesado y liviano a la vez, pero sobrevivimos amigos y la pasamos bien.
Regreso de Madrid y en el tren me doy cuenta de que los sueños se cumplen estando muy despierta. Conocer al hijo de mi amigo, observarlo mientras intentaba aplastar con su pie la sombra que hacía su mano en la acera. Verlo cómo escribe en su libreta los nombres de las líneas de los buses de Madrid. Cómo me recomienda la mejor ruta para llegar a la estación. Coge la 3 y luego la 10, es mucho mejor. Yo lo miro asombrada, un niño de 6 años con cabellera brillante y una voz que te retumba en la cabeza, despertando solo buenos pensamientos. Ponerme de pie y recitar mis poemas, llenarme de nervios y no parar de sonreír. Abrazar mucho y sentir como todas las piezas desperdigadas en el suelo finalmente encajaban en el pecho. Beber vino tinto con vasitos de cartón que quedaron de la presentación y una chica sacó de su bolso de tela porque en el bar, las cervezas estaban carísimas y nadie nos atendía. Hablar de amor libre y de lo complicado que es publicar y hacerse un nombre en la poesía. Cruzarme con Zambra. Escuchar en el bar de la boca de chicas con camisas hawaianas y el pelo cortísimo que cuántos libros has publicado, que con qué editorial, que hace cuánto. Entrar a tantos bares que a mi recuerdo le es difícil enumerar. Sentarse en el nivel cielo del tren. Ir acompañada del mejor amigo del mundo y no sentirme sola ni un segundo. Escuchar al señor de enfrente quejarse de los mariscos. Volver a casa a abrazar a mi hijo. Sentir que voy a poder con todo, como en el pasado.
Desempolvar la fuerza, subirle el volumen a la autoestima, desechar lo que no sirve de nada, como el miedo que me paraliza o mi voz que todo el rato me dice que no podré lograr mis sueños y que no soy suficiente.
Estoy leyendo Intimidad de Hanif Kureishi, me robé esta frase de Thom Gunn: «Uno siempre está más cerca cuando no se queda quieto».
Me contó J. que cuando estaba en la fila de firmas de Zambra (en la feria del libro de Madrid) un chico se acerca y le dice al autor: «Un amigo se mudó a Chile después de leer poeta Chileno». Zambra y mi amigo se miraron con escepticismo. Mudarse después de leer un libro es demasiado, mudarse a un país de Latinoamérica después de leer un libro, es excesivo.
Al terminar la presentación del libro, dos chicas amigas de mi amigo J. Se me acercaron. Me dijeron cosas como: Pensé que el poema del corazón terminaría con..., deberías publicar con esta editorial o con esta, no autopubliques, intenta en concursos. Les respondí emocionada que J. me ayudó corrigiendo mi poemario. Que sus consejos son bien recibidos, que me encanta que mi poemario sea una especie de Frankenstein de aportaciones de amigos y conocidos.
La semana pasada hice una entrevista para una beca de Google de un curso de Análisis de datos. Llegué tarde, últimamente estoy llegando tarde a todo. Sin querer, sin saber. Creí que me llamarían para entrevistarme, resulta que era a través de un link de Zoom que me habían enviado semanas antes. Les escribí un correo y pude entrar 15 minutos después. El profesor se quedó conmigo 3 minutos más para conocernos, hoy me escribieron para decirme que quedé seleccionada. Llegar tarde es detestable, el que juega con tu tiempo juega con tu vida, pero a veces sale bien. Eso sí, hay que saber reconocerlo, sonreír, decir un par de chistes malos, hablar desde el corazón, que vienes de Latinoamérica y que todo en tu vida ha sido especialmente difícil, eso sí, rezar para que te perdonen y repito: con mucha suerte a veces, solo a veces sale bien.
Los días que no voy al gimnasio hago yoga en casa, antes salía a correr, pero mi rodilla me lo está impidiendo demasiado. Me cambié a yoga y por ahora, estoy contenta. Hay una serie en Netflix con capítulos que van de 10 a 20 minutos de duración. Me los recomendó mi madre y me encantan. Esta mañana me desperté y noté que la temperatura había subido más que de costumbre, se sentía el vapor y la humedad tibia en todo el salón. Abrí las ventanas, estiré mi esterilla de yoga, encendí la televisión y practiqué en silencio hasta que se despertó mi hijo, el final de la práctica fue menos pacífico de lo que imaginé.
Casi al finalizar la práctica, en una de las últimas posturas, el profesor dijo: «No existe una postura perfecta, están exactamente donde deben estar, la postura más difícil de todas las que existen en el yoga es la de la autoaceptación».
También dijo: «La fuerza sin flexibilidad solo te da rigidez. La flexibilidad sin fuerza causa inestabilidad». Cerró la clase con: «Tengan la sabiduría y el conocimiento de que todo es temporal, sin importar la sensación, esta finalmente se presentará y pasará». Podría aplicarse a todo en la vida.
Para terminar
Ayer, le empecé a leer a mi hijo No leer de Alejandro Zambra, le leí dos pequeños artículos mientras cenaba. Yo ya había cenado un sándwich de pollo en el sofá, en la oscuridad del salón 10 minutos antes de que saliera de la ducha. Ser madre es encontrar el balance entre los ratitos de soledad silenciosos y reconfortantes y los gritos de «Mamáaaaa ven». El segundo artículo trata sobre Julio Cortázar, «Por los prados de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile circulaban decenas de Oliveiras y Magas, mientras algunos profesores se esforzaban por adoptar en sus clases la distancia especulativa de Morelli».
Debía detenerme y explicarle de dónde venían esos nombres, por qué Zambra los sacaba a relucir, por qué eran importantes. Todo un poco aburrido y confuso para él, un niño de 11 años, hasta que llegué a una parte en la que hacia referencia al Glíglico. Abrió los ojos con sorpresa cuando le conté que es una lengua inventada por Cortázar y que todo un capítulo de su novela Rayuela está escrito en esa lengua. Antes de dormir me recordó la lectura y juntos buscamos el capítulo de Rayuela en internet y, con su cabeza reposando en mi hombro, le leí el confuso trabalenguas. Me dio mucha gracia pronunciar: «¡Evohé! ¡Evohé!» con alegría y alzando la voz, como una especie de canto, como cuando de niña gritaba las canciones en inglés sin saber lo que significaban. Al terminar, se quedó en silencio, imagino que reflexionando sobre la magia de la escritura -o eso es lo que deseo fervientemente que haga- busqué el pódcast que escuchamos antes de dormir y cinco minutos después, se durmió.
La semilla de la literatura está, pensé, antes de quedarme dormida. La seguiré regando poquito a poquito.
Gracias por estar, los quiero mucho.
Feliz domingo.
Jani.
Hermoso como siempre y me. Queda las ganas de leerte más
Sigues cosechando éxitos..me alegro de tu experiencia en Madrid. Sin maleta.. besos y bendiciones... por siempre.